Harto del tráfico y los embotellamientos, un intento por volver a la caminata en las grandes ciudades.
Apuntes: vidas privadas
// Por Nicolás Artusi
La vida a 5 kilómetros por hora: chacinados adentro de una lata con ruedas, vemos pasar la existencia ante nuestros ojos mientras el semáforo alterna con la tricromía de un daltónico, rojo-amarillo-verde-amarillo-rojo. Manoteamos el teléfono para leer un tuit, hacemos un zapping frenético por las radios, nos entregamos al hojeo ocioso de una guía Filcar, nos martirizamos con el monólogo interior: “¿Sabías que hay una calle que se llama Achupallas?”. El auto no se mueve, el tiempo se congela y la vista se enturbia por la crispación. Si a fines de los ‘90 el movimiento slow militó por un desafío al culto a la velocidad y mientras la publicidad nos convenció de los perjuicios del tránsito lento (je), las calles del siglo XXI hacen de aquella elección casi ludita una exigencia pragmática: la mismísima revista Forbes, biblia de los millonarios y los aspirantes, recomienda al ejecutivo estresado: “Venda su auto”. Si una queja trillada del conductor en la hora pico es que se circula “a paso de hombre”, que el varón moderno haga su propio elogio de la lentitud y se convierta ya no en ciclista, siempre que pueda: en caminante. Sigue leyendo