Una brisa fría por las calles de San Pablo descubre su costado más posmoderno y desangelado.

EL PISO DE LA AVENIDA PAULISTA.
Souvenir: recuerdos de San Pablo
Un viento helado recorre los tres kilómetros de la avenida Paulista: gris y desangelada, tiene la monumentalidad vacía de un parque soviético. Si en la Argentina, cada vez que llega el frío, se dice que viene una ola polar, en San Pablo se dice que viene “una ola argentina”: una maldición austral que desafía a burletes y peluquines. La avenida Paulista, orgullo comercial de la ciudad que se jacta de sus helicópteros y helipuertos para millonarios, tiene la elegancia demodé de un golem al que no le consiguen ropa a medida. Los edificios acristalados, las torres de radio, las veredas amplísimas o las columnas rojas del Museo de Arte se interrumpen con esculturas informes que vuelven proféticas las palabras que Adolfo Bioy Casares escribió hace más de cincuenta años: “El mundo oficial brasilero está entregado de pies y manos a cuanto cubista, concreto o abstracto, le proponga sus mamarrachos”. Sigue leyendo