Consecuencias sociales, culturales y científicas de la dificultad para dormir. Ya se habla de “jet lag social”. Qué se esconde detrás del insomnio y cómo el sueño puede convertirse en una herramienta política.
El horror de no poder dormir

/ Por Nicolás Artusi
“El primer requisito cuando nos disponemos a dormir es dejar la mente en blanco, tan vacía como nos sea posible, silente, ofreciéndonos con ánimo receptivo a la noche. Para muchos, y de manera habitual, este esfuerzo concluye donde empieza. No hay deliberación, la puerta se abre y luego desaparece”: ésta es una trasnochada confesión de Blake Butler, niño terrible de la nueva narrativa joven estadounidense y autor de Nada, retrato de un insomne, una cruza de ensayo, novela, memoria o ejercicio grafómano de ansiedad acerca de su propia dificultad para conciliar el sueño: “Si no fuese porque he pasado noches junto a otras personas que se quedan dormidas tan pronto como caen en la cama –durante esos viajes por carretera que terminan en habitaciones de hotel-, jamás hubiese sido conciente de mi trastorno, a pesar de que la noche nunca me haya parecido normal: un caudal invertido, cada vez más despierto en los últimos momentos del sueño hasta que, finalmente, me echo de nuevo al mundo más cansado que horas antes”. Titilante en la mesita de luz, el despertador contagia la urgencia de un reloj de aeropuerto en el instante previo a perder un vuelo e ilumina la habitación con el verdor pálido de un terror nocturno. En una época de mandato productivista, las horas de sueño deben ser aprovechadas en el máximo de su beneficio. Y si ya se habla de “jet lag social” para referirse a las personas que no pueden vincularse con el descanso, el insomnio tiene consecuencias culturales, científicas y hasta morales. Sigue leyendo →