Los auriculares son a los oficinistas lo que el casco a los obreros. En tiempos de caos y ruido, un pequeño espacio de tranquilidad y control.
Apuntes: vidas privadas
// Por Nicolás Artusi
Una fantasía paranoide diría que la Matriz nos envía instrucciones inalámbricas y que nosotros respondemos como autómatas: caminamos por la calle con un aparato que nos tapa los oídos, en completa abstracción de la realidad circundante y, muchas veces, moviendo la boca, confirmando el sambenito social sobre los locos: ¿hablamos solos? Si la miniaturización fue la ambición máxima de la industria electrónica en los últimos años, los auriculares se convirtieron en un foco de rebeldía: cuanto más grandes, más potentes. Y mientras las nuevas leyes de la urbanidad prohíban escuchar música a todo volumen en colectivos y subtes, nos habilitan el último bastión de independencia humana mientras viajamos como ganado: crean un oasis de intimidad personal en el espacio público. Sigue leyendo